En Argentina hay tres tipos de políticos: los que sueñan, los que realizan y los que gobiernan.
Existen dirigentes que tienen grandes sueños, pero que nunca llegan a realizarse. Hay otros que son infatigables realizadores, aunque no salen de la chatura. Del chiquitaje. Carecen de vuelo y de grandeza. Son mediocres.
Y después están los que gobiernan, que es la mayoría en la lógica de la política nacional y provincial.
Gente que sabe ganar elecciones, que sabe manejar el poder y conservarlo. Líderes que saben administrar, en definitiva, pero cuya máxima aspiración es inflar las urnas cada dos años y que entre sus realizaciones sólo figura cumplir con ciertas obligaciones, como pagar los sueldos al día y que no falte gasa en los hospitales ni tiza en las escuelas.
Claro que también hay una cuarta categoría, la de quienes no sueñan, ni realizan ni gobiernan. De esos también hay muchos.
Cada tanto aparecen dirigentes que reúnen las tres virtudes: sueñan, realizan y gobiernan. También hay otros que sueñan y realizan, pero no saben gobernar. O gobiernan y realizan, pero sin sueños. O gobiernan entre sueños y no realizan nada.
Pocos y no tan buenos
Cuando buscamos en internet, todas las encuestas sobre los mejores presidentes argentinos son bastante coincidentes, las haga quien las haga, académicas o populares, científicas o empíricas.
Hay una decena de nombres que se repiten siempre: Alfonsín y Kirchner, desde la vuelta a la democracia hasta ahora.
Del Siglo XX sobresalen en todos los rankings Yrigoyen, Perón e Illia, en primer término; y en muchas listas también figuran Alvear, Frondizi y Sáenz Peña. Y ya sobre el Siglo XIX siempre aparecen Sarmiento y Roca como indiscutibles.
No hay más. En 200 años de país no sobresalen más que once nombres y con gobiernos apenas por encima del promedio, repletos de problemas, y que en todos los casos dejaron “pesadas herencias”, cuando tuvieron la fortuna de lograr concluir sus mandatos.
Puede aparecer alguno que otro nombre más, pero sugeridos por sectores más radicalizados, con demasiada subjetividad ideológica.
Puede verse que de los pocos líderes argentinos que la sociedad rescata, todos reúnen esas tres virtudes: gobernaron, soñaron y realizaron.
Coincidamos o no, nos guste o nos enoje lo que hicieron, en todos los casos son personas que plantaron banderas, ideas e ideales, provocaron cambios de paradigmas, patearon el tablero y les sobró coraje para pensar, luego decir y finalmente hacer.
Esto no significa que hayan triunfado o que no hayan dejado un tendal de problemas. Estamos planteando otra mirada, de quienes gobiernan, sueñan y realizan, es decir, que al menos intentaron superar el molde de la mediocridad, que no se conforman con permanecer, con transcurrir, con perdurar.
Para el caso, en muchas listas figura Alfonsín como el mejor presidente de la historia, pese a que ni siquiera terminó su mandato y a que dejó un país estallado.
Menos y menos buenos
En el terreno provincial es más o menos parecido. Hay menos de una decena de gestiones que gozan del “buen recuerdo” de la historia popular.
Del convulsionado Siglo XIX hay muy poco para destacar, más allá de la icónica declaración de la Independencia y de la emblemática gestión de Bernabé Aráoz, quien llegó a ser presidente de la República de Tucumán, entre 1820 y 1821.
Más allá de algunas estrellas fugaces que atravesaron los cielos de ese siglo, la violencia fue el común denominador en la provincia.
En el contexto de la historia, salta a la vista que la agresividad y la ferocidad están en el gen tucumano. No es que por ello deba aceptarse, pero al menos sirve para entender cómo y por qué somos lo que somos, condición fundamental -y previa- para intentar mejorar.
A partir de la Ley Sáenz Peña de 1912, que establece el voto secreto, universal y obligatorio, la provincia tuvo más intervenciones federales que gobernadores electos. En total, si 45 intervenciones federales contra 21 mandatarios electos, desde aquel año hasta hoy.
Nombres más, nombres menos, años más, años menos, en la primera mitad del siglo pasado las intervenciones fueron a gobernadores electos radicales; y en la segunda, a peronistas.
La historia destaca las gestiones de Ernesto Padilla, Miguel Campero, José Sortheix y Miguel Crito, entre los electos del primer decalustro, y a Fernando Riera y Celestino Gelsi, en el segundo.
La eterna crisis argentina
Hubo otros dirigentes que quisieron gobernar, que quisieron soñar y que quisieron realizar, pero debieron atravesar y afrontar profundas crisis económicas, políticas o militares, una constante patológica en la bendita historia de este país.
Hay varias gestiones que podrían haber brillado en contextos más favorables, probablemente, pero eso ya correría en el terreno de los análisis contrafácticos, algo que el periodismo desaconseja, y que además es monopolio del fabulario de la política.
Desde el 83 en adelante no hay mucho para destacar: gobernadores que apenas gobernaron, en el mejor de los casos, que no soñaron y que realizaron muy poco, y cuando lo hicieron, lo hicieron mal.
En Tucumán no hay obra pública de envergadura desde la década del 70, salvo la nueva ruta nacional 38 o el hospital Eva Perón, que fueron iniciados por Kirchner, o la nueva pista del aeropuerto, que hizo Macri.
La excepción en estos últimos 40 años quizás fue la fenomenal explosión inmobiliaria que impulsó José Alperovich, pero con un evidente norte comercial y sin la más mínima planificación urbanística.
Consecuencia de ello, hoy explotan las cloacas en toda el área metropolitana, no hay agua en vastos sectores, la ciudad creció caóticamente, sin transporte público suficiente ni eficiente, con calles y rutas estalladas, escasas y en algunos casos totalmente abandonadas.
En definitiva, Alperovich empujó la construcción de casas y edificios de manera descomunal, pero generó el Tucumán urbanísticamente más anárquico y desigual de la historia. Y ahora Manzur mira sentado como fluye y crece el desorden. Eso sí, en Casa de Gobierno se siguen acumulando planos de obras que se anuncian pero jamás empiezan.
Sumando los años de Alperovich como ministro de Economía de Julio Miranda, la dinastía de “Juan y José” habrá gobernado la provincia 24 años consecutivos, una vez que Manzur finalice su mandato en 2023.
Casi un cuarto de siglo de administraciones que gobernaron y gobiernan, es decir, que pagaron los sueldos al día, compraron gasas para los hospitales y tizas para las escuelas, pero sin obras ni sueños trascendentales, salvo ganar elecciones cada dos años. Y allí si ponen toda la energía y los recursos, recursos que faltan en tantas áreas vitales.
Y cuando las sociedades dejan de soñar renuncian a imaginar el futuro, es decir, no tienen futuro.